El caso de Gisèle Pelicot ha impactado profundamente no sólo en su tierra natal, Francia, sino también en todo el mundo, al exponer la brutalidad de la violencia sexual y las dinámicas de poder en las relaciones.
Pero como mucho ya se ha escrito, acá buscamos analizar cómo se ha hablado del caso y el rol de los medios de comunicación. Con sus pros y sus contras, el caso Gisèle Pelicot nos está enseñando acerca del lenguaje, la representación y la responsabilidad ética del periodismo en el tratamiento de temas profundamente sensibles.
Contexto del Caso Gisèle Pelicot
Gisèle Pelicot fue víctima de un abuso sistemático por parte de su ex-esposo, Dominique Pelicot, quien, durante al menos una década, la sometió a violaciones en grupo, reclutando a otros hombres a través de un sitio web.
La violencia que sufrió fue exacerbada por el uso de sedantes, lo que complicó su percepción de la realidad y la llevó a creer que estaba perdiendo la memoria. El caso salió a la luz cuando Dominique fue arrestado por grabar bajo la falda de mujeres en un supermercado, lo que llevó a la policía a descubrir los videos de Gisèle en su computadora.
Al tiempo comenzó el juicio y en un gran acto de valentía, Gisèle decidió renunciar a su derecho al anonimato para dar visibilidad a su historia. Ésto transformó su papel de víctima a símbolo de resistencia y lucha feminista.
Su declaración, “Es hora de que la vergüenza cambie de bando”, ha llegado a casi todos los rincones del mundo y ha inspirado a muchas personas a unirse a la lucha contra la violencia sexual.
La importancia de la perspectiva de género en la cobertura
El enfoque de la cobertura mediática francesa e internacional ha dejado bastante que desear y ha resaltado la importancia de escribir con una perspectiva de género para reportar sobre violencia machista.
Como los casos de violencia (y aún más cuando se sexual) suelen despertar cierto morbo en los lectores es muy fácil caer en el amarillismo o en el “click bait”. Por eso, un caso como el de Gisèle Pelicot implica no solo narrar el caso en cuestión, sino también situarlo en un marco más amplio que aborde la cultura de la violencia sexual y el rol del patriarcado.
Por ejemplo, el uso de términos como “monstruo” para describir a los agresores es controversial porque esta categorización puede dar la impresión de que la violencia sexual es un comportamiento excepcional, cuando en realidad es un fenómeno del día a día que afecta a muchas mujeres.
Esto puede lograr que la sociedad use un chivo expiatorio, un “malo”, en vez de reconocer que las situaciones de violencia, en especial la sexual, pueden ser perpetradas por personas comunes y corrientes que nos rodean.
El amarillismo y los detalles
El sensacionalismo en la cobertura de casos de violencia sexual puede desvirtuar la gravedad de la situación. Existe cierta fascinación por los detalles escabrosos que pueden transformar la violencia en un espectáculo mediático.
Lo que logra esto es deshumanizar a las víctimas y perpetuar estigmas que pueden disuadir a otras mujeres de denunciar sus propias experiencias de abuso. La narrativa mediática debe centrarse en la realidad de la víctima y en el contexto social que permite la violencia, en lugar de caer en la trampa del sensacionalismo.
Esta responsabilidad es aún más crucial en el caso de Gisèle Pelicot, cuya historia puede ser utilizada para abrir un diálogo, que nos debemos como sociedad, sobre la violencia de género. No existen los temas tabú, siempre y cuando se manejen con respeto y sensibilidad.
Hay algo terrible en cómo el público toma y consume las figuras con historias parecidas a ella, sin embargo Gisèle ha optado por mostrarse públicamente, desafiando las normas culturales que sugieren que las víctimas deben permanecer en la sombra.
“La vergüenza tiene que cambiar de bando”
Su decisión de renunciar al anonimato no solo le ha permitido tomar control de la narrativa del caso, sino que también ha abierto un espacio para que otras mujeres se sientan legitimadas a compartir sus propias experiencias. La vergüenza no es de las víctimas, es del victimario.
El periodismo y el caso Gisèle Pelicot
Con la fama internacional que ha ganado el suceso, la cobertura del caso Gisèle Pelicot no solo informa, sino que también puede actuar como un motor de cambio social. En Francia ha logrado marchas masivas y el resto del mundo se ha unido en solidaridad con Gisèle y en contra de la violencia sexual. El periodismo tiene la responsabilidad de reflejar esta realidad.
Para lograr cambios que ayuden a eliminar la cultura de la violencia sexual, el periodismo debe informar los hechos enfatizando la dignidad de las víctimas y evitando alimentar la cultura de la vergüenza. Los periodistas deben ser conscientes de cómo sus palabras y enfoques pueden impactar en el público general.
La cobertura mediática también enfrenta desafíos relacionados con el enfoque legal del caso. La importancia de manejar la información con sensibilidad se vuelve aún más crítica en casos altamente mediáticos como este. Un error puede tener consecuencias devastadoras, no sólo para la víctima, sino también para la percepción general de la violencia de género.
El periodismo tiene el poder de cambiar narrativas, y en el contexto del caso de Gisèle, esto se traduce en la oportunidad de fomentar una comprensión más profunda de la violencia de género y, en última instancia, ayudar a construir una sociedad más justa y equitativa.
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