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Miércoles 09 de julio de 2025
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El éxodo silencioso: la desregulación está expulsando a los pequeños productores yerbateros de Misiones

La eliminación de las facultades del INYM para fijar precios desató un proceso de concentración que reproduce el drama de los años 90. Mientras las grandes empresas fortalecen su posición, miles de familias rurales enfrentan la venta forzosa de sus chacras ante la caída del precio de la hoja verde.

La eliminación de las facultades del INYM para fijar precios desató un proceso de concentración que reproduce el drama de los años 90. Mientras las grandes empresas fortalecen su posición, miles de familias rurales enfrentan la venta forzosa de sus chacras ante la caída del precio de la hoja verde.

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La historia se repite en los yerbales misioneros. Como un déjà vu de los años 90, la desregulación del mercado de la yerba mate vuelve a expulsar a los pequeños productores yerbateros de la actividad, mientras las grandes empresas consolidan su dominio sobre toda la cadena productiva. Esta vez, el proceso es «más acelerado», según advierte Lisandro Rodríguez, docente de la Universidad Nacional de Misiones e investigador del CONICET, quien viene siguiendo de cerca la evolución del sector.

«Lo que se está dando, de manera más acelerada, es un proceso de concentración y asimetría en favor del sector molinero, industrial y concentrado«, explica Rodríguez en diálogo con NEA HOY. «Eso es lo que lleva a esas condiciones de empobrecimiento de los pequeños productores y lo que yo veo sí también, estuve al tanto de esta situación que se describe de venta de chacras y de unidades productivas con yerba«.

El investigador confirma lo que desde este medio veníamos anticipando: la eliminación de las facultades del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) para regular precios, dispuesta por el DNU 70/23, está generando un éxodo silencioso pero masivo de productores familiares que ya no pueden sostener la actividad.

La matemática cruel del mercado desregulado

Los números que maneja Rodríguez son elocuentes. En el censo de 2002, cuando se creó el INYM, se registraban 17.444 productores aproximadamente. Hoy, según los registros actuales, quedan cerca de 12.000. «En 20 años, un poco más de 20 años, fue la reducción del número de productores«, precisa el investigador.

Pero la sangría no se detiene. Con la desregulación actual, el proceso se acelera exponencialmente. «La década neoliberal hizo estragos en ese sentido«, recuerda Rodríguez, haciendo referencia a los años 90 cuando la sobreproducción y la falta de regulación llevaron a una concentración inédita del mercado.

El problema central radica en la brutal asimetría entre lo que percibe el productor y lo que paga el consumidor. «Si nosotros nos fijamos en el IPC de junio del año pasado, el medio kilo de yerba cuesta 2.225 pesos. Si hacemos a kilo sería 4.500 aproximadamente«, detalla Rodríguez. «Y el productor, cuando el INYM fijaba el precio, era un precio unánime. Hoy, como hay libertad de mercado, encontramos variaciones de precio que arrancan en los 300 pesos y algunos perciben más, dependiendo del establecimiento«.

 

La brecha es devastadora. En diciembre de 2023, cuando el precio al productor por kilo de hoja verde era de 210 pesos, el precio en góndola alcanzaba los 2.794 pesos: una diferencia de 13 veces. Para agosto de 2024, con la situación ya crítica, algunos productores percibían apenas 180 pesos por kilo mientras el precio al consumidor trepaba a 4.692 pesos, generando una brecha de 26 veces en favor del sector industrial.

La concentración como estrategia

«Lo que genera aún más concentración de tierra en determinados sectores es que lo que van a poder comprar esa tierra no son los pequeños productores«, advierte Rodríguez. «No va a ser el vecino de al lado que tiene 5 hectáreas, sino que van a ser los grandes plantadores o incluso sectores vinculados a la forestoindustria, que sí necesitan extensiones de tierras«.

Este proceso no solo desplaza a los productores, sino que también afecta al proletariado rural. «Al no encontrar trabajo en esa zona, o tiene que dedicarse a otra cosa o migra de una ciudad a otra. Eso también explica muchos barrios marginales que han crecido alrededor de las grandes urbes de Misiones«, señala el investigador.

cosecha
Los últimos años se obtuvo cosecha récord, sin embargo el precio en góndola no baja.

El fenómeno es particularmente notorio en el norte de la provincia, donde desde los años 50 se registra el reemplazo de yerbales por forestación. «Tenemos dos problemas: el desplazamiento de los productores y el desplazamiento del proletariado rural o conocido como tarefero«, explica Rodríguez.

El subsidio invisible de las cooperativas

Una de las consecuencias más perversas del sistema actual es cómo las cooperativas terminan subsidiando indirectamente a los grandes molinos. «Lo que van a lograr es que algunas cooperativas terminen subsidiando a los grandes molinos, que eso también pasó en la década de los 90«, advierte Rodríguez.

El mecanismo es sutil pero efectivo: «Las cooperativas elaboran toda la yerba y venden ya la yerba molida y prácticamente estacionada a los grandes molinos, que son los que pueden vender y ganar góndola. Los productores asociados entregaban la hoja verde, las cooperativas hacían el proceso de canchado, primer proceso de industrialización, la molían y la estacionaban. Y los grandes molinos compraban esa yerba ya molida«.

De esta manera, las pequeñas cooperativas absorben muchos de los costos de la industrialización de la yerba pero, al no tener la capacidad para distribuirla, se las venden a las grandes empresas que solo tendrán que poner el sello y marca al paquete.

En esencia, las cooperativas realizan todo el proceso productivo y los grandes molinos solo se limitan a empaquetar con su marca. «Era una solución, entre comillas, que tenían las cooperativas para vender su producto y que no quede todo estacionado, porque no pueden disputar mercado con estos grandes molinos«.

El poder de las grandes marcas

Argentina tiene más de 200 marcas de yerba registradas, pero la concentración en góndola es brutal. «Si nosotros vamos a los supermercados, no solo de la zona central sino incluso acá en Misiones, no nos vamos a encontrar con yerba cooperativa. Nos vamos a encontrar con marcas de grandes molinos, que son los que tienen la capacidad de establecer precio y de disputar góndola«.

La estrategia de las grandes empresas durante los 90 incluía paquetes combinados que marginaban a las cooperativas. «Mucho de estos molinos vendían un paquete de yerba con medio kilo de fideo o de arroz, entonces eso generaba que las personas comprasen esa yerba por el paquete de arroz o fideo y dejaban de lado la marca cooperativa«, recuerda Rodríguez.

La desigualdad de poder

La disputa es absolutamente desigual. «El pequeño productor que tiene 5 o 10 hectáreas no puede no cosechar. No puede darse ese lujo de no cosechar, tiene que vender su producción. En cambio, un industrial que tiene espalda y que tiene stock acumulado, puede darse el lujo de no comprar en una zafra. Y ahí la disputa de poder es totalmente desigual«.

Esta asimetría explica por qué los productores no pueden sostener los precios actuales. Con costos que incluyen el mantenimiento, plantación, cosecha, limpieza, abonos y mano de obra, los 180 o 200 pesos por kilo que ofrecen algunos molinos no cubren ni siquiera los gastos básicos de producción.

Un futuro incierto

El análisis de Rodríguez confirma los temores que desde NEA HOY veníamos planteando: la desregulación no solo está empobreciendo a los productores, sino que está provocando un cambio estructural en la matriz productiva misionera. Las familias que durante generaciones vivieron de la yerba mate se ven obligadas a vender sus chacras o reconvertirse a otras actividades.

«La yerba mate es una producción nacional, más allá de que está limitada únicamente al nordeste de Corrientes y a toda la provincia de Misiones«, recuerda el investigador. «El mate es la infusión nacional declarada por el Congreso en 2013 por sobre todas las demás infusiones«.

Sin embargo, esta condición de producto nacional no alcanza para proteger a quienes lo producen. Mientras el gobierno nacional habla de «reconversión» y sugiere que los productores «se dediquen a otra cosa», miles de familias rurales enfrentan la pérdida de un modo de vida que trasciende lo económico para convertirse en identidad cultural. El éxodo silencioso continúa, chacra por chacra, familia por familia. Y como en los años 90, la concentración avanza mientras la política mira hacia otro lado.

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