Si un extranjero se pusiera a revisar tapas de diarios desde hace más o menos una década, deduciría que el “cepo” es el enemigo público número uno de los argentinos. Desde los comienzos del Gobierno de Mauricio Macri hasta los discursos de Javier Milei, pareciera que no se ve un sueño más codiciado que comprar dólares sin límites. La supuesta necesidad de levantar las restricciones al acceso al dólar se convirtió en bandera política, mantra liberal y excusa perfecta para justificar una agenda económica que deja a la mayoría de los argentinos afuera.
La eliminación del cepo, planteada como solución mágica para liberar las fuerzas del mercado, se instaló desde la cúpula del poder como una prioridad. Pero si hay algo que dejaron en claro las entrevistas en la calle post “levantamiento” del cepo, es que no es más que una pantalla política. “No tengo plata para comprar un dólar, no se ni que color tiene un dólar” explica un trabajador en televisión frente a una atónita periodista que no puede creer que la noticia del levantamiento del cepo no causó el revuelo que esperaba el canal oficialista.
Pero es que el foco obsesivo sobre el cepo desplazó del centro de la escena la discusión verdaderamente urgente: el deterioro del poder adquisitivo y extinción total de la capacidad de ahorro de las mayorías. Con salarios pulverizados, inflación acumulada y un estancamiento que ya se extiende por más de una década, la promesa de que la «libertad cambiaria» va a traer progreso se vuelve cada vez más inverosímil.

De Macri a Milei: la continuidad de un dogma
El discurso contra el cepo se consolidó con fuerza desde 2015, cuando Macri asumió la presidencia con una serie de promesas que hoy nos suenan muchísimo: apertura, integración al mundo, confianza en los mercados y un Estado que no intervenga en la economía. Su primera medida de alto impacto fue el levantamiento del cepo que había sido instaurado por el kirchnerismo para evitar la fuga de divisas.
Con bombos y platillos los sectores financieros celebraron la decisión pero casi al mismo tiempo se demostró porqué estaba el cepo puesto en primer lugar. El impacto fue inmediato y devastador para el bolsillo popular: devaluación brusca, inflación descontrolada y caída del salario real. La historia no terminó ahí. El experimento liberal de Macri desembocó en el endeudamiento más grande de la historia argentina con el FMI y en una crisis económica que dejó tierra arrasada.
Sin embargo Milei vió este fracaso y lejos de pensarlo como una advertencia, se subió al mismo auto, pero tuvo un poco más de precaución al elegir la pared con la cual chocarse. Hace una semana el gobierno anunció el inicio del desmantelamiento del cepo cambiario, pero bajo condiciones que no lo hacen una apertura real. El acceso sigue siendo restringido para el ciudadano común. El acceso al dólar sigue siendo un privilegio de clase.
Por ahora, la compra de dólares en efectivo se limita a 100 mensuales, una cifra casi anecdótica en una economía que se dolariza de hecho. Las operaciones electrónicas quedaron sin tope, pero están al alcance de muy pocos. No se trata de una liberalización en favor de la ciudadanía, sino de un movimiento cuidadosamente calibrado para los jugadores financieros.
La letra chica del FMI
Este nuevo “cepito”, mal llamada liberación del cepo en verdad fue una exigencia del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En su cruzada por congraciarse con los mercados, Milei firmó un préstamo por 20.000 millones de dólares que le promete oxígeno momentáneo (más o menos hasta las elecciones) a costa de un ajuste brutal.
Pocos se pusieron a leer la famosa letra chica, pero el pacto exige que el gobierno recorte beneficios impositivos por 21.000 millones de dólares, revise el sistema previsional, avance en una reforma laboral regresiva y someta sus cuentas a nueve auditorías hasta 2029. Cada revisión trae la oportunidad de un nuevo “chantaje” institucional: si no se cumplen las metas, no hay desembolso.
Este nuevo ciclo de endeudamiento vuelve a poner a la Argentina bajo tutela, y refuerza un modelo que exige que el Estado deje de proteger, regule menos y garantice todavía menos derechos. Pero la narrativa oficial prefiere hablar del «fin del cepo» antes que del retorno pleno al tutelaje económico y político por parte del FMI. Como pasó con Macri, los medios y el gobierno venden “normalidad” en vez de hablar de un nuevo ciclo de dependencia y de peores condiciones de vida para la población.
No cepo-ede ahorrar
Más allá de las piruetas discursivas, la realidad de la calle es que la mayoría de los argentinos no puede ni siquiera pensar en comprar dólares. La discusión sobre el cepo se torna abstracta frente a un dato demoledor: según un informe publicado recientemente, Argentina tiene hoy la menor capacidad de ahorro de toda Sudamérica. Pero no es solamente que ahorrar en dólares se volvió inaccesible, tampoco se puede ahorrar en pesos.
La parte central de este proceso es la caída del salario real. Según un estudio de la UBA, entre noviembre de 2023 y octubre de 2024 el salario mínimo perdió un 28% de su poder adquisitivo. Es la mayor caída desde la crisis de 2001. Para muchos trabajadores, la plata no alcanza ni siquiera para cubrir lo básico. Pensar en ahorrar o protegerse frente a futuras crisis se convirtió en un privilegio
Pero mientras tanto, el discurso oficial sigue queriendo instalar (y tal vez, con bastante éxito) que el problema de los argentinos no es el salario de hambre, el desempleo en alza o la caída del consumo. El problema, dicen, es que todavía hay trabas para comprar dólares.

El doble discurso de la libertad
Milei repitió hasta el cansancio que su meta es «eliminar todas las restricciones al mercado», y en particular al mercado de los dólares. Pero su política fue bastante selectiva. Su gobierno liberó precios, tarifas y combustibles, le sacaron las retenciones a los exportadores y al campo (aunque ahora los amenace) y se le permitió el giro de utilidades al exterior a las grandes empresas. Pero las restricciones siguen vigentes para el ciudadano común.
El “libre mercado” que defiende Milei no es para todos: es para los grandes grupos económicos, para los bancos, para los fondos de inversión. La mayoría queda atrapada en un sistema donde no puede acceder al dólar, pero tampoco puede confiar en su propia moneda. La consecuencia es la anulación del horizonte: sin capacidad de proyectar ni defender sus ingresos, la ciudadanía vive cada vez más al día.
Y todo esto ocurre en un contexto donde el gobierno profundiza el ajuste, paraliza la obra pública, desfinancia la salud y la educación, y desmantela los organismos de control. La crisis no es solo económica, sino también institucional. En nombre del fin del cepo, se justifica la política de shock.
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