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Sábado 07 de diciembre de 2024
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Maradona y Mandiyú: un amor contrariado

En Corrientes, cuando aún no había colgado los botines, Diego hizo su primera experiencia como director técnico en el contexto de un Mandiyú que sufría una profunda crisis institucional. Fueron dos meses de intentos condenados al fracaso.

En Corrientes, cuando aún no había colgado los botines, Diego hizo su primera experiencia como director técnico en el contexto de un Mandiyú que sufría una profunda crisis institucional. Fueron dos meses de intentos condenados al fracaso.

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Coqueta y hospitalaria, la ciudad de Esquina se yergue en la orilla izquierda del Río Corrientes y hacia la unión con el Paraná medio. Y aunque la humildad y la simplicidad distinguen a sus habitantes, tampoco carece de motivos de genuino orgullo. La Fiesta Nacional del Pacú, la impronta de sus carnavales y de sandías cuya degustación ofrece rango de celebración anual.

En Esquina también se cifró una impronta correntina que Diego Armando Maradona vivió con respeto, valoración y cariño, puesto que ahí habían nacido sus padres, Diego Maradona y Dalma Salvadora Franco o, como se les llamaba en clave coloquial y filial, Chitoro y Doña Tota.

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También, como consta en su biografía, el crack del balompié que el 25 de noviembre último partió hacia el infinito cósmico escribió algunas páginas en el libro de oro del fútbol de Corrientes en general y en Mandiyú en particular, aunque los brillos están remitidos pura y exclusivamente a la sola dimensión del personaje. Al peso específico de un apellido egregio.

Diego dando indicaciones en una de sus prácticas en Mandiyú, donde dirigió con tan solo 34 años.

En realidad, en sentido estricto el vínculo de Maradona y Mandiyú (voz guaraní equivalente a “algodón”) reunió todos los componentes de un amor contrariado o un falso flechazo. Un mustio destiempo entre dos entidades cuya cresta de la ola se conjugaba en pasado.

Desandemos las travesías.

Maradona ya había entronizado al Nápoli como bestia negra de los poderosos del norte, pero en 1991 su olimpo sufrió una  conmoción de la que no habrá retorno. Un doping positivo por cocaína: 14 meses de suspensión aplicó la Federación Italiana y 15 meses de prisión en suspenso la Justicia Ordinaria.

Entre 1992 y 1993 se repitió la secuencia de cambios de camiseta entre bombos, platillos, algazara popular y rendimientos terrenales que decepcionaron primero a la afición de Sevilla y después a la de Newell’s.

Volvió a la Selección para ayudar a la clasificación al Mundial de los Estados Unidos, en enero del 94 atacó con un rifle de aire comprimido a periodistas y fotógrafos apostados en la puerta  de una casaquinta de Moreno y al poco tiempo, ya en la tierra de Tío Sam, sobrevino el tristemente célebre episodio de la ingesta de efedrina, el «me cortaron las piernas» y el látigo vil de la FIFA.

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¿En qué trance estaba Mandiyú por aquellos días?

Auténtico como en la cancha, el Diego dio sus primeros pasos como DT en Mandiyú, el humilde club de Corrientes.

Mandiyú se abrazaba a un puñado de puntos que se perfilaban insuficientes para conservar el lugar en Primera en plena letanía  nostálgica de los fecundos años de finales de los 80s y comienzos de los 90s. Abrigados  y en casa estaban el título en el Nacional B y el notable tercer puesto en el fútbol de los domingos que había rubricado otros placeres atesorados. Ganarles a Boca, a River, a Independiente. A los grandes/grandes.

En cinco fechas del Apertura del 94, con el mismísimo Sergio Goycochea en el arco el equipo correntino penaba en el fondo de la tabla y Maradona era una estrella en receso obligado. ¿Por qué no jugarse el albur de una alianza fecunda, pensó el diputado menemista Roberto Cruz, gerenciador de Mandiyú junto a Roberto Navarro, un dirigente de San Lorenzo de Almagro con menos virtudes conocidas que inclinación a la aventura?

Lo de Maradona y Mandiyú pasaba a ser realidad. El acuerdo se cerró rápido y a los pocos días 500 esperanzados hinchas de Mandiyú dieron la bienvenida a Maradona en el aeropuerto de Corrientes. Los medios periodísticos de la Argentina desataron un verdadero festival de grandilocuencias y pompas y los diarios italianos titularon “Maradona allenatore”. “Maradona entrenador”, en criollo puro y formal, pero vaciado de sustancia. La tarea gruesa le correspondía a Carlos Fren, un ex jugador de Argentinos Juniors e Independiente que por disponer del carnet habilitante salió a la cancha el día del debut: 9 de octubre de 1994 en una derrota de 2-1 a manos de Rosario Central. 

Esa tarde, desde la platea del estadio de Huracán Corrientes, un Maradona de porte elegante, corbata incluida, vivió el partido en la clave efervescente y motivadora que cifraría su trayectoria de director técnico. “Tal vez Diego no sea un obsesivo de la táctica y la estrategia, pero te aseguro que cuando se para frente a los jugadores y les habla, hay electricidad, suceden algo mágico”, confío al autor de estas líneas, José María “Panchito” Martínez, ayudante de campo de Maradona en Dorados de Sinaloa.

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Poco pizarrón y mucha arenga, como fuere, ese Maradona todavía deseoso de volver a jugar y en todo caso también deseoso de dirigir, pero a la Selección Argentina –objetivo que consumaría un cuarto de siglo después, en las Eliminatorias y hasta el Mundial de Sudáfrica propiamente dicho- propició algunas mejorías parciales en un equipo que remaba en las brumosas aguas de un club con la casa llena de problemas y carencias. Sueldos atrasados, pagados tarde o jamás, caos organizativo, etcétera.

Seis empates y alguno de real mérito (con River en el Monumental), una sola victoria (3-0 a Gimnasia y Esgrima de Jujuy) y cinco derrotas sellaron una despedida que no por abrupta dejó de ser esperaba por quienes sabían interpretar el día a día. Acaso en clave borgeana, unidos no ya por el amor sino por el desencanto, habían esperado lo que el otro no podía, no quería o no sabía dar.

Los fiscales más severos ironizan que lo más relevante del paso por Maradona por Mandiyú fue la variedad de camisas de tonos llamativos que portaba cada vez que entraba a la cancha.

Los más piadosos, como Marcelo “Pipo” Romero, historiador de Mandiyú, impugnaron la deducción fácil de que Diego sumió al club en la ruina. “La institución era un desastre. No le pagaba a nadie. Y Maradona puso plata de su bolsillo”.

Y si el Río Paraná tuviera voz y consintiera dar testimonio juraría que a pesar de los pesares futbolísticos a Diego Armando Maradona se lo vio feliz cada tarde que salió de pesca con su padre, gestor sanguíneo y vocacional del vigoroso lazo de Corrientes con el más grande futbolista de todos los tiempos. 

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