El 30 de abril se estrenó la serie de El Eternauta y los aplaudidores del recorte cultural no tardaron en salir a aplaudir. La serie adapta la icónica historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López y fue producida por Netflix. Sí, no contó con subsidios del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). Pero eso no significa que no haya recibido dinero estatal. De hecho, El Eternauta se financió en parte con aportes públicos… del gobierno canadiense.
“¿Ven que se puede hacer cine sin Estado?” vociferaban los libertarios, sin embargo, en los créditos, disponibles incluso en los avances de la plataforma, figura expresamente el «Canadian Film or Video Production Tax Credit», una herramienta del Estado de Canadá para fomentar la producción audiovisual.
El relato libertario y una postal de ignorancia
Este crédito fiscal permite a las productoras recuperar hasta el 25% de los gastos laborales realizados en territorio canadiense. Es más, la mayoría de las películas que aparentemente pasan en Estados Unidos son filmadas en Canadá por esta misma razón. ¿Por qué Canadá hace esto? Porque las producciones cinematográficas, locales o extranjeras, generan trabajo a la industria local y alrededores.
Es muy limitado pensar que lo único que importa de un proyecto es quien pone el dinero. En verdad, lo importante es cómo se forma un ecosistema cultural y productivo, Canadá no regala plata, la invierte. El retorno es claro en términos de empleo, prestigio internacional y exportación cultural. Justo lo mismo que históricamente ha hecho el INCAA en la Argentina.
La paradoja de Stagnaro
Ni hablar de la inversión a largo plazo, que también es algo que los libertarios no tienen en cuenta si se habla de inversión del Estado. Bruno Stagnaro, el director de El Eternauta, es uno de los nombres más respetados del audiovisual argentino actual y no habría llegado a donde está sin la existencia del INCAA. Su primera película, Pizza, Birra, Faso, es una obra clave del llamado “Nuevo Cine Argentino” y fue posible gracias al impulso estatal: Stagnaro participó y ganó un concurso de cortometrajes organizado por el Instituto, lo que le permitió filmar su primer largometraje con apoyo del Estado
Si el INCAA no hubiera existido en los años ’90, probablemente Stagnaro no habría tenido la oportunidad de desarrollar su carrera. Y sin Stagnaro, probablemente hoy no tendríamos El Eternauta como serie. Eso es porque el talento argentino sobra, pero se necesitan condiciones materiales para que se pueda ver. La política de fomento del INCAA no se trata de subsidiar películas “que nadie ve” como repiten ciertos sectores con desprecio, sino de apostar a talentos emergentes.
Sin INCAA no hay Cannes
En 2024, por primera vez en décadas, no hubo producciones argentinas seleccionadas en el Festival de Cannes. Esto no fue casualidad. Una de las primeras cosas que hizo Javier Milei al asumir la presidencia fue impulsar una reforma a la ley de fomento al cine que modificó drásticamente los criterios para otorgar subsidios. Ahora, solo se apoyan películas que ya hayan demostrado tener “audiencia potencial”, es decir, aquellas que puedan garantizar éxito comercial. ¿Qué mide esa audiencia potencial? Tampoco se sabe.
La lógica es la misma que la de un supermercado: si no vende, no sirve. Pero el cine no es un sachet de leche. Es arte, es industria, es construcción de identidad. Bajo estos criterios, películas como La Ciénaga de Lucrecia Martel o incluso Relatos Salvajes de Damián Szifron quizás nunca hubieran conseguido financiamiento. ¿Cómo saber cuántas entradas va a vender un proyecto que aún no se filmó?
El resultado de esta política es obvia: hay una parálisis casi total de la producción nacional, festivales sin presencia argentina y técnicos y artistas sin trabajo. La ironía es que, mientras se desfinancia al cine local, se aplaude a una serie dirigida por alguien que el propio Estado argentino formó.

El cine como industria
El INCAA es una institución que articula una de las industrias con más potencial de la Argentina: la industria cultural. Ésta genera empleo, formación profesional, innovación estética y presencia internacional. Miles de trabajadores dependen del cine: no solo directores y actores, sino también vestuaristas, camarógrafos, guionistas, iluminadores, editores, sonidistas y muchos más. No hay en esto un romanticismo ingenuo: hay datos duros y experiencia acumulada.
Eliminar el INCAA o vaciarlo presupuestariamente como propone el actual gobierno no es combatir la “casta” cultural: es condenar a la precarización a miles de trabajadores y empobrecer la oferta cultural del país. Es negar la posibilidad de que nuevos Stagnaro, Martel o Szifron tengan una plataforma donde comenzar.
En países como Francia, Alemania o Canadá, el fomento al cine no solo se mantiene, sino que se refuerza y se protege. Se entiende que la cultura no es un gasto sino una inversión. No es un privilegio, es un derecho. Y es, además, una herramienta de proyección internacional. La Argentina fue, durante años, un referente en América Latina por su cine de autor, su diversidad estética y su política de apoyo a las producciones regionales. Hoy, esa herencia nos fue arrebatada.
La herencia de Oesterheld
Y hablando de herencias arrebatadas, hablar de El Eternauta no es solo hablar de una serie de Netflix, es hablar de una obra cargada de simbolismo, de una historia que resuena con los miedos, esperanzas y resistencias de nuestra historia reciente. Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado y desaparecido por la dictadura militar. Su historieta no es solo ciencia ficción: es política, es denuncia, es memoria.
Que esa obra llegue hoy a una plataforma global es motivo de celebración. Pero sería un error creer que se logró a pesar del Estado. Se logró también gracias al Estado. Gracias a las políticas de fomento que permitieron formar profesionales, construir estudios, fortalecer el guion nacional, generar identidad.
Celebrar que El Eternauta “no necesitó al INCAA” es no entender cómo funciona el tiempo: Stagnaro sí necesitó al INCAA. Como lo necesitaron tantos otros talentos que hoy exportan cine y televisión al mundo. Lo público no es lo opuesto a lo creativo: es su cimiento.
Si El Eternauta tiene una enseñanza, es que frente a la nevada mortal, solo la organización colectiva permite sobrevivir. Frente al discurso individualista y desfinanciador del gobierno actual, el cine argentino necesita más que nunca de ese espíritu de resistencia. Porque sin políticas públicas no hay diversidad, no hay oportunidades, no hay futuro.
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