“Apurá te digo, que llega el río y, no sé por qué, el silencio aturde, asustándome. Nunca fue tan triste el atardecer”, supo expresar Teresa Parodi en su canción “Apurate, José” en la que relata la historia de “la Jacinta”, una isleña que tuvo que abandonar su casa junto a su familia a raíz de las inundaciones.
Casi 40 años pasaron desde el lanzamiento de aquella canción. Sin embargo, el dolor de las familias que deben dejar sus terrenos, sus casas, pertenencias, sembrados y, muchas veces, a sus animales sigue vigente.
Las imágenes de la Isla Apipé que se viralizaron en los últimos días expresan la desesperación de un pueblo que se siente desprotegido.
Juan Dacunda es uno de los 1.700 vecinos que habitan la isla. Desde su casa en el municipio de San Antonio, cabecera del territorio, contó a NEA HOY que, por estar a tres kilómetros en línea recta con la represa hidroeléctrica Yacyretá, cuando se abren las compuertas es a los primeros a los que les llega el agua y sienten el impacto de la crecida.
“En la Isla Apipé estamos acostumbrados a esta situación, aunque desde afuera se vea como una situación límite”, señaló. Y explicó que los recaudos que se toman son para salvar la vida de las personas que están en las zonas ribereñas, pero las producciones, las chacras, el ganado y demás se pierden.
Con ello -profundizó- viene el sufrimiento de las personas; sobre todo las de bajos recursos, que deben empezar de cero.
Los vecinos reciben advertencias del sector hidrológico de Yacyretá varios días antes de que se produzca la apertura total de las compuertas, por lo que pueden prevenir un incremento del caudal.
En San Antonio no es significativa la población que habita en la ribera, pero si es considerable la que establece allí sus plantaciones, chacras, cría a sus animales o pesca para supervivencia.
Los vecinos del municipio coinciden en que la zona más desprotegida de la Isla Apipé es la zona rural. Actualmente, el único camino que tienen para acceder o salir de San Antonio está totalmente inundado.
“La gente de las zonas rurales no pueden salir de allí, salvo algunos que tienen embarcaciones particulares, pero son muy pocos”, comentó Juan.
A su vez, aclaró que, en general, para cualquier isleño salir de Apipé es una odisea ya que su medio de comunicación con la ciudad de Ituzaingó, la más cercana, es a través de una embarcación y el puerto se encuentra tapado por el agua.
“La zona del puerto, donde están los amarraderos, está inundada y no sólo eso, sino que la fuerza con la que llega el agua, desde la represa, hace imposible sostener una embarcación y permitir que la gente pueda subir y bajar”, graficó.
Por ello, explicó que se utiliza una suerte de puerto alternativo que se encuentra en un sitio desfavorable, donde las personas se mojan al bajar y donde se requiere de personas que vuelvan a empujar la lancha para que vuelva al río.
El trabajo para traer víveres desde Ituzaingó es también mucho más complejo en medio de esta situación de inundaciones en Apipé, porque la balsa en la que transportan los productos no puede atracar en las costas de la isla.
“Si bien no estamos con desabastecimiento, ya se nota en las góndolas de los comercios el faltante de algunos productos”, aseveró.
Juan conoce muy bien los pueblos rurales de la isla. En diálogo con este medio, indicó que uno de los más cercanos es Monte Grande, donde se encuentra una escuela secundaria en la que se desempeña como rector. La distancia aproximada con San Antonio es de 19 kilómetros, utilizando el camino principal.
Sin embargo, después de recorrer los primeros ocho kilómetros hacia Monte Grande es imposible avanzar por las inundaciones.
En esa línea, Juan sostiene que localidades cercanas como la denominada “Vizcaíno”, que se encuentra a 45 kilómetros de San Antonio y otras como Puerto Arazá y Puerto Lima, se encuentran incomunicadas.
“Esas personas están ‘a la buena de Dios’. Incomunicados y sin la posibilidad de salir de la isla. Si alguno tiene algún tipo de embarcación lo hace, si no, es imposible salir”.
Algo propio de la cultura de muchos isleños es permanecer donde vive hasta el último momento posible, aunque conozcan las advertencias de la represa.
Cuando llega el agua, muchas familias acuden a lugares altos de la isla; a la casa de vecinos o conocidos que prestan sus terrenos, para evitar poner en riesgo sus vidas y la de sus animales.
Recientemente, contó Juan a NEA HOY, un amigo suyo, a cargo del sector de Obras Públicas del municipio de San Antonio, se tuvo que trasladar en un tractor con acoplado para rescatar a una familia que habitaba en un sitio rural, totalmente bajo agua, y no tenía dónde ubicarse.
¿Qué pasará cuando termine la inundación en la Isla Apipé?
Una nueva odisea, además de la del puerto y los caminos, es pensar en el después. Según las proyecciones, en ocho o diez días el agua retrocederá.
“Cuando ves eso también se te cae una lágrima porque quedan los caminos destrozados, las viviendas, el residuo que deja el agua, el pasto fundido que no permite que los animales se alimenten como debe ser y todo el desastre que viene después”, añadió Juan Dacunda.
Ese escenario, según comentan los vecinos, sólo los impulsa a alzar su voz para que, alguna vez, las autoridades de la represa Yacyretá y los gobernantes a cargo “se preocupen de proveer los recursos que necesitan para desarrollarse y vivir con dignidad”.
Un reclamo que no ve la luz
No hace falta escribir. La lista de pedidos y reclamos está inscrita en sus mentes. Los vecinos repiten: “mejorar las defensas costeras, las zonas de playas y el punto de carga” que tiene la isla.
Así, consideran, las personas que habitan el suelo no quedarán “a la buena de Dios” en otra inundación como la que se ve ahora.
En ese marco de discusión, Dacunda puso a la represa Yacyretá bajo la lupa. Explicó que durante la gestión municipal anterior se utilizaron muchos recursos públicos para diseñar proyectos al respecto y presentarlos a las autoridades de la entidad. Sin embargo, no se avanzó en nada de lo prometido.
“Somos la comunidad más perjudicada por la represa Yacyretá y la menos ayudada por esta. Nuestro pedido siempre fue tener una planta potabilizadora (sumada a los otros reclamos) y que se valore nuestra fuente de trabajo segura que es el turismo, pero sin los servicios indispensables la gente no vuelve más”.
“Necesitamos del desarrollo que nos pueden proveer estas grandes corporaciones, no como un regalo sino como una contraprestación a todo el daño que nos generó y que sigue generando”, aseveró Dacunda.
“Amamos la Isla Apipé”
“Como isleños, amamos la isla. Apipé es nuestro hogar y el 99% de las personas no tienen otro lugar para vivir. Yo vivo en la isla, trabajo en la isla y me voy a morir en la isla.
Este lugar es un paraíso para nosotros, es un pueblo muy tranquilo donde nos conocemos todos”, respondió Juan cuando se le preguntó por qué eligen vivir en este territorio.
El isleño consideró que son muchos los “problemas de desarrollo” que tiene el territorio, pero sus habitantes no pierden la esperanza de que sus reclamos sean atendidos.
Así lo ratifican: el horizonte de los habitantes de la Isla Apipé es pasar de estar “a la buena de Dios” a “poder proyectar el futuro”. Un futuro, vale decir, en el que nadie más esté obligado a huir.
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