La llama se había encendido cuando María Elena Walsh tenía tan solo 17 años de edad. Oriunda de Ramos Mejía, ensayó diversos cuentos, relatos y poesías que, en su mayoría, fueron publicadas en medios de gran alcance. Fue en 1978, cuando anunció su despedida de la escena musical y decidió abocarse a la prensa escrita.
Su faceta periodística la había inaugurado en 1979 en plena dictadura militar. Fue en agosto de ese año que escribió el artículo “Desventuras en el País Jardín de Infantes”, en el que mencionaba, entre algunos párrafos: “Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o ‘desaconsejables’. Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas”.
Y reclamaba: “Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores”.
La autora de grandes obras como “Como la cigarra”, un tema que debió esperar alrededor de una década para ser considerado un “himno de la Primavera Democrática”, llevaba grabados para entonces seis discos y más de sesenta canciones.
En una de sus declaraciones públicas había remarcado la necesidad de volver a la prensa escrita “cuando la asfixia por censura, paradójicamente, me impedía seguir callando”.
Producto de este modo de ver al periodismo fueron versos como los de “Vidalita”, que exponían su dolor por el avance de la dictadura donde manifestó: “Pobre de mí/que en esta tierra nací//Sin poder alzar cabeza/cansada de pisar muertos/aquí estoy como la tormenta/envejeciendo”.
Sin embargo, no se limitó a escribir sobre la realidad argentina sino que se abrió a la investigación de nuevas realidades como la vida de las mujeres en Bolivia, tras la asunción de la presidenta Lidia Gueiler.
“Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes”
María Elena Walsh: el hada madrina de la infancia
Así la definieron por entonces, alrededor del 1968, cuando María Elena Walsh ya se como un ícono porteño por sus obras infantiles y también para adultos.
Entre sus composiciones para los más chicos se encuentran “Manuelita la Tortuguita”, “La vaca estudiosa”, “El reino del revés”, “El brujito de Gulubú”, “En una cajita de fósforos”, “Bañar la luna”, “La canción de tomar el té” y “El twist del mono liso”, entre otras tantas.
Entre las más destacadas que tuvo como objetivo el público adulto, escribió “Como la cigarra”, a la que imprimió un timbre otoñal y una atmósfera bucólica a su interpretación para rememorar un sentimiento colectivo que estaba en el aire y que resonaba en sincronía con los vaivenes de la convulsionada vida política y social de la Argentina.
Sus estrofas resuenan hasta nuestros días: “Tantas veces me borraron/Tantas desaparecí/A mi propio entierro fui sola y llorando/Hice un nudo del pañuelo pero me olvidé después/Que no era la única vez/ Y seguí cantando”.
A pesar de su reconocida posición política antiperonista, Walsh publicó hacia 1973 la canción “Venceremos”, un himno de los derechos civiles en Estados Unidos recopilado por Pete Seeger y popularizado por Joan Báez.
Asimismo, la autora se había dedicado a plasmar su visión feminsita en las obras que publicó. Un ejemplo de ello son canciones reconocidas como “Requiem de madre”, y otras en que resaltaba los valores humanistas, como por ejemplo “Canción de los caminantes”, entre otras tantas.
En 1981 a María Elena Walsh le diagnosticaron cáncer de huesos y llevó adelante una pelea contra la enfermedad que finalmente pudo vencer.
Sin embargo, 30 años más tarde, en enero de 2010, la enfermedad reaparecería y provocaría su muerte, mientras residía en Buenos Aires. Se dice que sólo el cáncer había logrado apagar su voz, como otros tantos quisieron hacerlo y no lograron.
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