En la madrugada del lunes 3 de diciembre de 1990, oficiales que respondían a Mohamed Alí Seineldín dieron inicio a lo que sería el último levantamiento carapintada contra el poder constitucional. Ese día se saldó la interna militar iniciada por el alzamiento de Semana Santa y los militares quedaron definitivamente subordinados a los civiles.
Cuando las fuerzas leales derrotaron a los rebeldes, la jornada había deparado mucha sangre derramada: 14 muertos. La cuarta y última rebelión militar se saldó con la condena a reclusión perpetua para su líder, Mohamed Alí Seineldín, y la tanda de indultos con los que Carlos Menem liberó a los máximos responsables de la dictadura.
La rebelión
Horas antes del levantamiento carapintada, se filtró la noticia a la prensa, y por el medio menos pensado: el diario Sur, vinculado al Partido Comunista. A fines de noviembre de 1990, un hombre que dijo ser coronel apareció en la redacción y fijó que el primer lunes de diciembre iba a haber novedades respecto de Seineldín.
El domingo 2 de diciembre, en el panorama político, el periodista Daniel Vilá consignó la noticias en un par de renglones. A la madrugada siguiente, los insurrectos tomaron el Edificio Libertador y el Regimiento de Patricios, en Palermo. También coparon el batallón de El Palomar y la fábrica de tanques TAMSE, en Boulogne.
Oficiales alzados en Entre Ríos marchaban en varios tanques hacia Buenos Aires. El coronel estaba entonces detenido en San Martín de los Andes y no supo de la frase que lanzó Menem al ser informado: “Yo no voy a ser un nuevo Alfonsín, yo no voy a negociar”.
Así, el Presidente dio luz verde a la represión. Bonnet ordenó recuperar el cuartel de Palermo. Hubo tiroteos que derivaron en la muerte de un cabo sublevado. Los alzados virtualmente fusilaron a dos oficiales leales: el mayor Federico Pedernera y el coronel Hernán Pita.
Al conocerse este hecho, la repulsa fue total y ayudó a que no creciera la rebelión. El encargado de recuperar el regimiento fue el número dos del Ejército, Martín Balza.
Gustavo Breide Obeid, veterano carapintada de Semana Santa, fue el encargado de ocupar la sede del Ejército, a metros de la Rosada, que resultó el último foco en rendirse, a las 8 de la noche.
Muy cerca de allí, los rebeldes tomaron la sede de Prefectura y se tirotearon con los leales. Murieron dos rebeldes y entre los heridos hubo periodistas. Mientras tanto, se reducía al foco de El Palomar y se frenó el avance de los tanques que venían de Entre Ríos.
La imagen más dramática del levantamiento carapintada se vivió en Boulogne donde 11 tanques tomados por los rebeldes rompieron la cerca y salieron a la Panamericana. La idea era ir con los tanques hasta Mercedes, sabedores ya de la caída de Palermo.
Uno de los tanques embistió a un colectivo de la línea 60 y mató a cinco de sus ocupantes. Jorge Romero Mundani, que lideraba a los rebeldes de Boulogne, se suicidó dentro de un blindado.
Menem ostentó lo que no pudo Alfonsín: haber puesto en caja a los militares. Seineldín admitió desde Neuquén que había planeado el fragote y hubo más de 300 detenidos. A las 48 horas llegó George Bush, el primer Presidente de los Estados Unidos que visitaba la Argentina desde 1960.
El 28 de diciembre, y con el argumento de querer pacificar el país, Menem indultó a los comandantes condenados en el histórico juicio de 1985. Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros, recuperaban la libertad. Lo mismo que el líder montonero Mario Firmenich, en la consagración de la teoría de los dos demonios.
En 1991 Seineldín fue condenado de por vida, pero Eduardo Duhalde lo indultó horas antes del traspaso de mando a Néstor Kirchner. El último militar levantisco murió en 2009.
Fuente: Pagina 12
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