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El lado B del acuerdo con Estados Unidos: mucho para Trump, poco para la Argentina

El "Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos" que celebra el gobierno consolida al país como exportador de materias primas y abre el mercado interno sin contrapesos industriales. Economistas y analistas advierten sobre un retroceso similar al pacto Roca-Runciman de 1933.
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Fuente: Vox Populi

Desde la Casa Blanca se anunció este jueves un acuerdo comercial bilateral entre Argentina con Estados Unidos que, según el comunicado oficial, busca «impulsar el crecimiento a largo plazo«. Sin embargo, un análisis de los términos revela una realidad menos celebratoria: Argentina se compromete a una apertura asimétrica que refuerza su rol como proveedor de commodities mientras cede posiciones estratégicas en sectores industriales clave.

El acuerdo establece que Argentina otorgará «acceso preferencial» a productos estadounidenses en rubros sensibles como medicamentos, productos químicos, maquinaria, tecnología de la información, dispositivos médicos y vehículos automotores. A cambio, Estados Unidos eliminará aranceles sobre «ciertos recursos naturales no disponibles» y artículos farmacéuticos no patentados. El desequilibrio es evidente: mientras Argentina abre su mercado industrial, Estados Unidos recibe materias primas y productos del sector primario.

«Que Argentina vaya a pedir un tratado de libre comercio es desventajoso, luego de 20 años de rechazo al ALCA», advirtió el economista y exsecretario de Comercio Roberto Feletti. Para el especialista, el problema no radica solo en abrir mercados, sino en qué se negocia: «Cuando uno acuerda, acuerda mercados, qué produce cada uno. Argentina entrega su mercado industrial a Estados Unidos para integrarse en un mercado primario, de productos minerales y del sector alimenticio, lo cual es triste«.

La comparación con el pacto Roca-Runciman de 1933 resulta inevitable. Aquel acuerdo ató el destino argentino a una Gran Bretaña en decadencia, comprometiendo al país a vender carne a precios inferiores a los de otros proveedores mundiales y prohibiendo la instalación de frigoríficos nacionales. Noventa años después, el esquema se repite con un giro del siglo XXI: Argentina se subordina a Estados Unidos en un contexto de declive hegemónico norteamericano y ascenso chino, perdiendo márgenes de autonomía en su política comercial.

El analista político Roberto Bacman fue contundente: «Es una estructura muy similar a lo que fue en el año 30 con el pacto Roca-Runciman, pero mucho más grave, porque ahora se trata de una entrega total».

Uno de los aspectos más controvertidos del acuerdo es el tratamiento de las barreras no arancelarias. Argentina se compromete a desmantelar licencias de importación, eliminar formalidades consulares para productos estadounidenses y aceptar certificaciones de la FDA sin evaluaciones adicionales. En el sector automotriz, reconocerá los estándares federales de seguridad y emisiones de Estados Unidos, permitiendo el ingreso de vehículos sin controles locales. Esta apertura unilateral contrasta con la ausencia de compromisos similares por parte de Washington.

El sector agropecuario tampoco escapa a las concesiones asimétricas. Argentina abrió su mercado al ganado bovino vivo estadounidense y se comprometió a permitir el acceso de aves de corral en un plazo de un año, además de no restringir productos que utilicen denominaciones de quesos y carnes. Mientras tanto, el acceso de productos argentinos al mercado norteamericano se limita a mejoras «recíprocas» en carne vacuna, sin eliminar barreras históricas como el «chicken tax» del 25% que afecta las exportaciones de pick-ups.

El economista Hernán Herrera, del Instituto Argentina Grande, señaló que «el esquema refuerza a Estados Unidos como socio dominante y limita la política comercial argentina: relega a otros proveedores, como China, reduce el margen para diversificar importaciones y usar el comercio para el desarrollo industrial».

El acuerdo también genera tensiones políticas. El Mercosur no fue consultado sobre este convenio bilateral que podría violar compromisos previos. Ninguna cámara empresarial argentina confirmó haber sido consultada, y los laboratorios nacionales ya expresaron preocupación por las cláusulas de propiedad intelectual que podrían extender patentes de multinacionales.

Mientras el gobierno celebra la «alianza estratégica» con Washington, especialistas advierten sobre la consolidación de un modelo primario-exportador sin capacidades industriales propias. «Somos un pueblo que no puede fabricar ni siquiera manufacturas de lo que tiene como recursos naturales abundantes«, lamentó Feletti. «No podemos ser capaces de producir una heladera, alimentos, electrodomésticos, autos, lo tenemos que comprar».

El acuerdo aún debe finalizar su texto definitivo y cumplir con las «formalidades internas» de ambos países antes de entrar en vigor. Ese plazo será clave para evaluar si Argentina logra negociar mejores condiciones o si, como en 1933, termina atando su destino a una potencia cuya supremacía global ya no es indiscutida.

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