El economista Rubén Serruya explicó a NEA HOY que en la Argentina de 2025, hablar de dólar ya no es hablar de política económica: es hablar de cultura. Los argentinos compran, piensan y ahorran en dólares, pero cobran en pesos. El fenómeno no es nuevo, pero en los últimos meses alcanzó una escala que marca un cambio estructural en la relación entre el peso y la moneda estadounidense.
La posibilidad de abandonar el peso y adoptar el dólar como moneda de curso legal —empujada desde Washington y escuchada en Buenos Aires— convive con una realidad doméstica: argentinos compran y atesoran dólares por miles de millones. Pero ese gesto individual ¿facilita la transición u oculta los obstáculos estructurales?
La expresión «dólar bajo el colchón» volvió a tomar fuerza en la Argentina de 2025. Según datos oficiales, entre abril y julio los individuos compraron alrededor de US$ 10.130 millones, lo que representa más de US$ 84 millones diarios. En paralelo, se estiman unos US$ 271.000 millones en dólares fuera del sistema financiero, atesorados por hogares y empresas.

En septiembre, el proceso se profundizó: las personas físicas compraron US$ 6.890 millones en dólar ahorro, y el sector privado no financiero en su conjunto adquirió US$ 7.759 millones en un solo mes —la cifra más alta desde que existen registros. Este volumen refleja que millones de argentinos están huyendo del peso, canalizando sus ingresos hacia una divisa que perciben como sinónimo de estabilidad.
El dato, además de marcar un récord, revela una forma de dolarización social de facto: el dólar ya es la moneda de ahorro y referencia de precios, aunque no sea la moneda oficial.
En ese escenario, Trump —y sectores de su administración— ven a Argentina como un «candidato principal» para la dolarización global. Un reciente artículo del Financial Times lo afirmó con crudeza: «Argentina, «candidato principal» para la dolarización».
Una dolarización sin dólares
Paradójicamente, mientras los ciudadanos compran dólares, el Banco Central no los acumula. Las reservas líquidas siguen siendo bajas y la economía opera en pesos devaluados. El resultado es un doble circuito: la gente se protege en dólares, el Estado se endeuda en pesos, y el sistema financiero opera en medio de esa tensión.
Una dolarización apresurada sin respaldo real podría dejar al país sin herramientas monetarias ni margen de maniobra fiscal, agravando desigualdades y debilitando la soberanía económica. El problema no es solo cambiar de billete: es decidir quién controla la política monetaria y cómo se redistribuyen los costos del ajuste.
Este acumulado masivo de dólares guarda un mensaje claro: los argentinos desconfían del peso, del sistema, y buscan refugio en la moneda estadounidense. Y sin embargo, esa misma actitud individual no garantiza que la economía esté preparada para adoptar el dólar como moneda de curso legal.

Restricciones para dolarizar
El primer gran obstáculo es el stock de dólares ya presente. Según la Consultora Eco Go se necesitarían, aproximadamente, 178.600 millones de dólares. Para cubrir la base monetaria más los pasivos remunerados necesitás 30.000 millones de dólares. Si tenés que dolarizar los depósitos (base monetaria, depósitos a la vista y depósitos a plazo fijo) necesitás hasta 122.000 millones de dólares. Y además te quedan pendientes los bonos en pesos del sector público fuera del sistema financiero, que serían aproximadamente 26.600 millones de dólares adicionales.
Por otro lado, muchas personas atesoran dólares, pero eso no equivale a que esos dólares sean convertidos en una moneda oficial circulante, se integren al sistema financiero formal, o respalden un cambio de moneda. El hecho de que ciudadanos compren dólares no significa que el Estado tenga reservas suficientes, disciplina fiscal o respaldo institucional para lanzar una dolarización sin riesgo.

Además, pese a la compra masiva, el gobierno argentino ya ha impuesto restricciones: por ejemplo, desde abril se flexibilizaron controles cambiarios, pero también se establecieron condiciones para compras y ventas de dólares. Estas medidas muestran que la transición no es automática.
Una dolarización acelerada sin preparación podría profundizar la desigualdad y la vulnerabilidad social. Si la moneda de reserva cambia, pero los salarios y precios siguen ajustándose bajo inercia inflacionaria, muchos hogares quedarán expuestos. La acumulación de dólares por parte de ciudadanos aparece como una escasa y frágil base para un cambio estructural.
Finalmente, queda la cuestión de la soberanía monetaria: adoptar el dólar significa ceder gran parte de la política monetaria, lo que en un país con desequilibrios fiscales y externos —como Argentina— implica renunciar a herramientas monetarias y depender de condiciones externas.

Argentina ya está dolarizada en la cabeza y en los bolsillos, pero no en su estructura económica. Trump puede impulsar la idea, los argentinos pueden abrazarla simbólicamente, pero la realidad macroeconómica impone sus límites.
Mientras no exista una base sólida de reservas, equilibrio fiscal y crecimiento sostenido, la dolarización será más una fantasía política que una estrategia viable.
Y mientras tanto, los argentinos seguirán haciendo lo que mejor saben: sobrevivir en pesos, ahorrar en dólares y desconfiar del resto.
Por Rubén G. Serruya
Licenciado en Economía de la UNNE. Secretario del Bloque Legislativo Frente Grande. Secretario de Derechos Humanos de la CTA de los Trabajadores. Coordinador de la Tecnicatura Superior en Administración Económico Financiera de la UEGP N° 157 “Foro Social del Nea”. Columnista económico de Radio Nuestra Voz, Radio Mágica, Radio Puerto, Revista Bohemia, Chaco Stream.
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