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15 días que cambiarán al mundo: las contradicciones de Trump en su mediación entre Putin y Zelenski

El presidente estadounidense abandona su llamado al alto el fuego y abraza la agenda rusa de un "acuerdo de paz permanente".
trumputin

La diplomacia internacional se encuentra en un momento decisivo. Donald Trump, quien prometió resolver el conflicto ucraniano en «24 horas», ahora orquesta una compleja negociación trilateral que podría definir el futuro de Europa. Sin embargo, las contradicciones en su enfoque revelan un peligroso desplazamiento hacia las demandas rusas que amenaza con convertir un supuesto «acuerdo de paz» en una declaración de victoria para Vladimir Putin.

El cambio de discurso del presidente estadounidense resulta revelador. Tras su encuentro con Putin en Alaska la semana pasada, Trump abandonó su llamado inicial a un «alto el fuego» y adoptó la terminología del Kremlin: un «acuerdo de paz permanente«. Esta aparente sutileza semántica esconde implicaciones geopolíticas profundas que han encendido las alarmas en las cancillerías europeas.

El dilema legal y moral

La diferencia entre ambos conceptos trasciende la mera semántica. Según el derecho internacional, un alto el fuego implica una pausa temporal en las hostilidades, manteniendo cada parte el territorio bajo su control militar, con el entendimiento de que se trata de una medida provisional para facilitar negociaciones o ayuda humanitaria. Un acuerdo de paz, en cambio, constituye un tratado formal que dicta la relación futura entre los países involucrados.

Jeremy Pizzi, abogado internacional de Global Rights Compliance, es categórico al respecto: «Hay un principio central único en el derecho internacional inscrito en el centro de la Carta de la ONU: el uso de la fuerza está enfáticamente prohibido. Cualquier tratado obtenido mediante el uso de la fuerza es efectivamente ilegal y es inherentemente nulo«.

Esta realidad jurídica convierte las negociaciones actuales en un campo minado legal. Putin no ha abandonado sus demandas maximalistas: que Ucrania ceda completamente las regiones de Donetsk y Lugansk (el Donbás) y que se le prohíba unirse a la OTAN. Aceptar estas condiciones no solo sería doblemente ilegal según el derecho internacional, sino que legitimaría la conquista territorial mediante la fuerza, estableciendo un precedente devastador para el orden global.

La posición ucraniana: entre la presión y los principios

Volodímir Zelenski se encuentra en una posición particularmente compleja. Por un lado, enfrenta la presión de Trump por llegar a un acuerdo que le permita al presidente estadounidense mostrarse como el pacificador que resolvió el conflicto ucraniano. Por otro, debe lidiar con las restricciones constitucionales de su propio país: cualquier cambio en las fronteras ucranianas requiere aprobación por referendo, una norma diseñada precisamente para evitar que gobiernos extranjeros impongan cambios territoriales.

Las encuestas del Instituto Internacional de Sociología de Kiev muestran que la gran mayoría de los ucranianos rechaza reconocer los territorios ocupados como parte de Rusia, y una mayoría aún mayor se opone a ceder control sobre territorios actualmente bajo dominio ucraniano. Esta realidad social convierte cualquier concesión territorial en políticamente inviable para el gobierno de Kiev.

Además, las consideraciones estratégicas refuerzan esta posición. Las partes del Donbás que aún controla Ucrania incluyen ciudades industriales como Sloviansk, Kramatorsk y Kostiantynivka, conectadas por carreteras y ferrocarriles que forman la columna vertebral defensiva del país. Ceder estos territorios abriría el camino hacia el oeste de Ucrania, haciendo al país completamente vulnerable a futuras agresiones.

La respuesta europea: unidad frente a la presión

Los líderes europeos comprendieron rápidamente las implicaciones del giro trumpiano. Friedrich Merz, Emmanuel Macron, Keir Starmer, Giorgia Meloni y Alexander Stubb cancelaron sus vacaciones para viajar a Washington con un objetivo claro: evitar que Trump hipoteque el futuro europeo con un acuerdo que legitime la agresión rusa.

La analogía del canciller alemán Merz resulta ilustrativa: «El pedido de Rusia a Kiev para que ceda las zonas libres del Donbás es equivalente a que Estados Unidos tenga que entregar Florida«. Esta comparación subraya lo que los europeos consideran inaceptable: que la fuerza militar determine las fronteras internacionales.

Macron fue aún más directo sobre las intenciones rusas: «Putin no da ninguna señal de querer la paz. Tengo grandes dudas de la voluntad de paz del presidente ruso». Esta desconfianza europea se basa en más de una década de experiencia con las tácticas rusas de negociación de mala fe, incluyendo los acuerdos de Minsk que Moscú utilizó para ganar tiempo mientras reforzaba sus posiciones militares.

Las garantías de seguridad: el verdadero dilema

El foco europeo en las «garantías de seguridad» revela la comprensión de que cualquier acuerdo será inútil sin mecanismos que eviten futuras agresiones rusas. Trump ha descartado explícitamente la adhesión ucraniana a la OTAN, preguntando retóricamente: «Si fueras Rusia, ¿querrías tener a tu enemigo sentado en tu frontera?». Esta posición adopta implícitamente la narrativa rusa que presenta a la OTAN como una amenaza existencial.

Sin embargo, la historia demuestra que Rusia ha atacado precisamente a países que no pertenecen a la OTAN (Georgia en 2008, Ucrania en 2014 y 2022), mientras respeta escrupulosamente las fronteras de los miembros de la alianza atlántica. La negativa a ofrecer garantías de seguridad robustas equivale a mantener a Ucrania en una zona gris vulnerable a futuras agresiones.

La trampa del «héroe pacificador»

El deseo de Trump de presentarse como el presidente que resolvió el conflicto ucraniano crea una dinámica peligrosa. Su urgencia por alcanzar un acuerdo podría llevarlo a aceptar términos que, aunque etiquetados como «paz», constituirían en realidad una capitulación ucraniana que legitimaría los objetivos de guerra rusos.

Putin inició esta guerra con objetivos específicos: evitar la expansión de la OTAN hacia el este, obtener reconocimiento de las anexiones territoriales y establecer una esfera de influencia rusa en Europa del Este. Un «acuerdo de paz» que impida la adhesión ucraniana a la OTAN y legitime las conquistas territoriales rusas no sería una resolución del conflicto, sino la consecución de los objetivos de guerra del Kremlin por medios diplomáticos.

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