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La calle, los cadáveres y la crueldad como doctrina: el negacionismo social de Milei

Entre frases provocadoras y estadísticas cuestionadas, Javier Milei instala un relato donde el sufrimiento social no es un problema, sino una señal de éxito. La pobreza ya no se combate: se niega, se banaliza y se convierte en herramienta política.

“Si fuera cierto que no llegan a fin de mes, la calle tendría que estar llena de cadáveres”, dijo el Presidente en una cena en Puerto Madero organizada por la Fundación Faro de Agustín Laje (aunque los autores intelectuales sean Santiago Caputo y su hermano). Un salón elegante, recaudación de fondos, discursos entre aliados, y el hambre convertido en remate para arrancar aplausos y, aún peor, como remate de un chiste de mal gusto.

Pero ya no sorprende, no es un exabrupto aislado. Apenas un año antes, en la Universidad de Stanford, Milei había salido con otra frase preocupante: “Va a llegar un momento donde la gente se va a morir de hambre. De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito intervenir. Alguien lo va a resolver”. En aquel momento, la polémica coincidió con la denuncia por el acopio de 5.000 millones de kilos de alimentos sin distribuir, mientras la pobreza rozaba el 49%.

En la semana que pasó, la frase de los “cadáveres” coincidió con su cadena nacional del 8 de agosto, donde volvió a presentarse como un líder que “hace lo necesario por más que parezca cruel”. Sólo que la crueldad ya no es un desliz, es una marca. Su marca.

Javier Milei en la cena de Puerto Madero organizada por la Fundación Faro.

Crueldad y cálculo

Algo que hace muy bien Milei, hay que reconocerlo, es presentar esa dureza como un sacrificio virtuoso. Casi mesianico, pero el discurso es que todo el sufrimiento que le está obligando a pasar a la Argentina “va a valer la pena”. En cadena nacional, reivindicó que su tarea “no es parecer bueno, es hacer el bien, incluso si el costo es que digan que soy cruel”. Pero detrás de esa retórica hay una inversión perversa: si el sufrimiento social es consecuencia de sus políticas, no es un problema, sino la prueba de que está en el camino correcto.

El periodista Luis Bruschtein lo sintetizó así: “Hacía mucho que estos tipos no hablaban de la pobreza, y me da la impresión de que las encuestas les están diciendo que es el tema que está empezando a preocupar en la sociedad. Y como no saben lo que es ni tienen empatía, dan explicaciones absurdas”.

En ese sentido, la crueldad no es solo un estilo, sino una herramienta. Sirve para correr el eje de la discusión: la pobreza deja de ser una urgencia que requiere acción inmediata y pasa a ser un fenómeno que “se va a resolver solo” o, peor, que se” exagera para desgastar al Gobierno». De paso, instalan la idea de que toda intervención estatal en favor de los más vulnerables es populismo destructivo.

La cadena y la ficción estadística

En su discurso del 8 de agosto, Milei anunció que su gestión “sacó de la pobreza a más de 12.000.000 de personas” y que la indigencia cayó del 20,2% al 7,3%. Según esa narrativa, el ajuste no solo no genera hambre, sino que mejora la alimentación. Sin embargo, la realidad es más compleja. En el segundo semestre de 2024, la pobreza en Argentina se ubicó en 38,1% y la indigencia en 8,2%, según el Indec, marcando descensos significativos respecto a la primera mitad del año.

El Gobierno de Javier Milei celebró estos datos, atribuyéndolos a la suba de ingresos (64,5%) por encima del aumento de la canasta básica (26,7%) y a la desaceleración inflacionaria. Sin embargo, especialistas advierten que las cifras oficiales solo reflejan la situación en los 31 aglomerados urbanos más grandes (29,8 millones de personas) y no contemplan áreas rurales, ciudades pequeñas ni gastos como alquileres, lo que limita su alcance.

El Observatorio de la Deuda Social de la UCA y otros expertos señalan que la pobreza multidimensional sigue en alza, con mayor inseguridad alimentaria, problemas de acceso a salud y endeudamiento. Además, emerge un gran sector de “casi pobres” que, aunque superan levemente el umbral oficial, viven en condiciones similares a los pobres. Ejemplo de ello son muchos jubilados, cuyas pensiones apenas exceden la línea de pobreza pero cubren solo un tercio de su canasta real. Mientras la economía real sigue mostrando caída del consumo, cierre de comedores escolares y merenderos desbordados, el presidente se ubica en un país paralelo donde los números de la crisis se acomodan a su relato. Cuando niega que la gente “no llegue a fin de mes”, lo hace desde ese universo ficticio.

Negar para gobernar

La negación de la crisis alimentaria cumple varias funciones políticas. Por un lado, blinda el programa económico: si el hambre no es real, no hay ninguna razón para cambiar el rumbo. Por otro, deslegitima a quienes reclaman: si los que protestan mienten o exageran, no merecen ser escuchados. Finalmente, refuerza su narrativa sobre “la casta”, ubicando a cualquier opositor, incluso a organizaciones sociales y sindicales, en el lugar del enemigo que busca “quebrar la economía” para volver al poder.

En este esquema, el Presidente no se muestra insensible por accidente: el desprecio es parte del mensaje. Y es un mensaje que busca dividir, obligando a elegir entre dos caminos caricaturizados: el suyo, duro pero supuestamente correcto, y el de la “decadencia populista” que, según él, nos trajo hasta acá.

Javier Milei en cadena nacional justificando el veto a la emergencia en discapacidad.

La política de la provocación

Pero como si fuera poco, las frases sobre el hambre cumplen otro papel: provocan y polarizan. No importa si generan indignación, de hecho, así mejor. De esta manera Milei capitaliza la atención de los medios de comunicación, coloca su concepto en el centro del debate y obliga a sus adversarios y opositores a reaccionar desde sus reglas del juego. Esto ha sido parte de la estrategia de La Libertad Avanza desde siempre: el que impone el lenguaje impone la agenda.

No es casual que la comparación con “cadáveres en la calle” haya surgido en un evento de sus adeptos más cercanos. Es un guiño a su núcleo más ideologizado: la idea de que la necesidad extrema es un motor para que el individuo “se las rebusque”, que el Estado debe dejar de “estorbar” para que la sociedad (o el mercado) la resuelva. Se trata de la misma lógica que sostuvo en Stanford: si el hambre aprieta lo suficiente, “alguien” va a hacer algo.

La trampa del “realismo”

En la cadena nacional, Milei se autoproclamó un líder que dice la verdad incómoda y toma decisiones impopulares “por nuestro bien” y “el del futuro”. Pero ese supuesto realismo está plagado de ficciones: la inflación que, según él, “se desplomó” todavía existe y se come los salarios, el superávit fiscal se sostiene a costa de licuar jubilaciones, recortar programas sociales y frenar la obra pública y la baja de la pobreza que anunció no tiene respaldo estadístico independiente.

La paradoja es que, mientras que Milei dice combatir “ilusiones” y “recetas mágicas”, construye una ilusión propia: un país que ya salió del pozo y que solo necesita paciencia para ver florecer sus frutos. En ese relato, reconocer que hay hambre real sería admitir que el ajuste tiene costos humanos inaceptables.

El riesgo de normalizar la crueldad

Convertir el hambre en objeto de sarcasmo implica algo más que insensibilidad. Supone aceptar como natural que millones vivan en la precariedad, y que el Estado no tenga responsabilidad de actuar. En ese marco, la crueldad deja de ser un exceso y se transforma en política pública: ajustar, negar y responsabilizar a los propios afectados por su situación.

Bruschtein advertía que estos discursos surgen cuando el poder empieza a registrar que la pobreza preocupa a la sociedad. Milei redobló la apuesta: reconoció el tema para controlarlo y vaciarlo de urgencia. Es una jugada política que puede rendir en el corto plazo, pero que erosiona cualquier noción de comunidad.

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