La casa de las abuelas alberga tesoros cuyo valor, muchas veces, no llegamos a comprender del todo. Muchos tienen un valor emocional que los conecta a seres queridos, otros pueden ser baratijas que gustan porque sí, pero también hay objetos de uso diario que se repiten en muchas casas, como el juego de vajilla Lozadur.
Lo más común es recordar el plato, que quizás algunas abuelas utilizaban, otras las colgaban en las paredes como decoración. Éste tenía el dibujo de un árbol grande, una casita, un muelle y un pescador.
Este ícono gastronómico fue producido por una fábrica ceramista llamada Lozadur. La empresa se instaló en Villa Adelina, Gran Buenos Aires, en el año 1939 y trabajaban allí 1.200 personas, de las cuales el 60% eran mujeres.
Lozadur fue un gran protagonista del mercado nacional e internacional en el mercado de las vajillas de loza hasta que “cerró por quiebra” en 1977, un año después del golpe de Estado que llevó a la última dictadura militar Argentina.
Reclamos salariales
Los reclamos sindicales escalaron durante la década del 70. Las manifestaciones eran en general por el trabajo a un ritmo inhumano y las paupérrimas condiciones laborales.
El calor de los hornos era asfixiante sin una correcta ventilación y las enfermedades pulmonares abundaban por la falta de extractores para el polvillo.
En ese entonces se trabajaba en equipos de nueve personas: siete mujeres, un cargador y un tornero que trabajaban a destajo. Cobraban por la cantidad de piezas producidas.
El 13 de febrero de 1976, un mes antes de que comenzará la dictadura militar, apareció asesinado Juan Pablo Lobos, delegado de la fábrica (presuntamente por la Triple A). Luego de producirse el golpe la Federación Obrera Ceramista fue intervenida y quedó a cargo del comandante de Gendarmería Máximo Milarck.
Estos conflictos siguieron escalando. La mañana del 18 de octubre de 1977 los obreros llegaron a la fábrica y la encontraron cerrada con un comunicado y un oficial militar en puerta: “El Área Militar 424 cierra la fábrica ante la negativa de los rebeldes a reanudar las tareas en forma normal aplicando la ley 21.400”.
Al día siguiente comenzaron a llegar los telegramas de despido y oficiales del Ejército se instalaron en la puerta de la empresa para evitar el traspaso. Los trabajadores ceramistas continuaron movilizados.
Dominga y Felicidad
Dominga y Felicidad Abadía Crespo
eran dos hermanas que trabajaban en Lozadur cuando comenzó la dictadura. Una había nacido en España, la otra ya en Del Viso, Provincia de Buenos Aires, producto de que sus padres huyeran de la dictadura de Franco.
Dominga ya había sido delegada sindical antes del golpe y de la intervención militar a Lozadur. Junto a su hermana, habían participado de las luchas que se habían desarrollado en la cerámica los años previos al golpe.
El 2 de noviembre de 1977 fueron secuestradas de su domicilio. Esa misma noche se llevaron también a otros cinco compañeros de Lozadur, entre ellos: Elba María Puente, Sofía Tomasa Cardozo, Ismael Notaliberto, Francisco Palavecino y Pablo Villanueva.
Ese noviembre hubo entre 15 y 20 desapariciones en Lozadur y de 5 a 10 en otras plantas de cerámica de la zona. Años más tarde se supo que esas desapariciones fueron realizadas gracias a operativos directos desde Campo de Mayo.
Se puede leer más de esta historia en el libro “La Batalla de los Hornos” de Bernardo Veksler quien fue delegado de la fábrica. Él mismo escribe conmovido:
“Recordar a Felicidad Abadía Crespo, Dominga Abadía Crespo, Elba María Puente y Sofía Tomasa Cardozo es homenajear a la mujer obrera que no se doblega ante la adversidad, que ilumina con su sonrisa los momentos más duros de la resistencia y que contagia entusiasmo a los que muestran algunas flaquezas en los momentos críticos de una lucha”.
ADEMÁS EN NEA HOY:
La desaparición forzada, un crimen de lesa humanidad: las causas en el NEA
La historia de “Las Mariposas” y el origen del Día Internacional de la No violencia contra la mujer