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La Boleta Única de Papel, otro invento que se volvió contra Milei

El oficialismo había hecho de la Boleta Única de Papel una bandera contra el “fraude peronista”, pero a semanas de las elecciones, la renuncia de José Luis Espert desnudó todas las fragilidades del sistema que impulsó. Entre reimpresiones millonarias, plazos que no cierran y un operativo electoral en crisis, el invento libertario se convirtió en su propio laberinto.

“Fijate los problemas que tenemos ahora con la boleta única, nadie pensó que se podía bajar un candidato”. Dijo Patricia Bullrich casi con resignación. Más allá de que no hay cosa más normal en una elección que los candidatos tengan que cambiarse, la frase explica perfectamente la paradoja que hoy enfrenta La Libertad Avanza (LLA). El sistema de Boleta Única de Papel (BUP) que tanto promovió el Gobierno de Javier Milei hoy es un boomerang que le puede complicar las propias chances en las urnas.

El narcoescándalo del candidato de LLA, José Luis Espert, trajo más de un dolor de cabeza al partido. Espert se bajó a sólo 20 días de las elecciones y las BUP de la Provincia de Buenos Aires ya estaban impresas con su rostro. Los libertarios descubrieron, tarde, que el sistema que celebraban como la panacea contra el “fraude” y la “trampa de los punteros” es en realidad un engranaje rígido, costoso y dependiente del Estado que tanto odian.

De bandera moral a pesadilla logística

Cuando el Congreso aprobó la Boleta Única de Papel en 2024, Milei y sus aliados la vendieron como un triunfo moral frente a los “vicios del peronismo”. Decían que el nuevo sistema iba a evitar el robo de boletas, el clientelismo y las supuestas trampas de los aparatos territoriales. Cosas que por cierto, los jueves electorales reconocían que casi no existían y que el sistema argentino tradicional funcionaba de manera ejemplar y sin que se pudiera comprobar ningún tipo de fraude.

Antes del experimento nacional, ya en el 2024 se advertía que en las provincias que habían probado la BUP se registraron un aumento de votos nulos y en blanco, evidenciando la falta de capacitación de fiscales y ciudadanos. La BUP eliminó la posibilidad de que los partidos impriman y repartan su propio material y toda la responsabilidad pasó al Estado, desde el diseño hasta la distribución. Pero irónicamente, el mismo gobierno que desfinanció el Correo Argentino y vació la Casa de la Moneda (donde se imprimen los padrones y documentos electorales) ahora depende de esos organismos para garantizar el voto.

El costo del error

Una vez que estalló el narcoescándalo y se bajó José Luis Espert, el Gobierno de La Libertad Avanza corrió a pedir que se reemplace el nombre de Espert por, en ese momento, Diego Santilli, aunque según el orden de lista correspondería a Karen Reichardt (Karina Celia Vázquez). Más tarde y justicia mediante, el candidato terminó siendo Santilli. Pero el tema es que, según la ley que los mismos libertarios promovieron, la 27.781, no se contempla la reimpresión por renuncia o reemplazo de candidatos una vez oficializado el diseño.

Aquí surge el nuevo problema: antes, cada partido debía pagar por las impresiones de sus boletas, ahora las paga el Estado Nacional. La única posibilidad es imprimir un nuevo tiraje de boletas “por decisión judicial fundada”, lo que implicaría un gasto adicional de más de $12.000 millones y un operativo logístico que, según admitió el propio jefe de Gabinete, Guillermo Francos, “es complejo y casi imposible de concretar en los tiempos electorales”. “Cada conjunto de boletas está marcado con código de barras para una mesa específica. No es solo imprimir, hay que rearmar bolsas, redistribuir y controlar todo el circuito”, explicó el funcionario.

La trampa de los sesgos

Durante meses, Milei insistió en que la Boleta Única era sinónimo de “eficiencia” y “austeridad estatal”. Pero, en la práctica, pasó lo contrario. Lo que iba a ser un nuevo sistema más “simple” terminó en una maraña de dependencias técnicas, licitaciones, audiencias judiciales y cronogramas inamovibles.

Quienes están felices son las imprentas, pueden cobrar el trabajo dos veces y prometen que en pocos días pueden tener las boletas listas. Pero la promesa es más optimista que realista, el proceso de impresión, control, empaquetado y distribución de boletas lleva al menos 3 semanas. Con menos de 20 días para las elecciones, la idea de corregir el error era más un deseo que una opción viable.

La Boleta Única también eliminó el “arrastre” entre categorías, cosa que terminó siendo un arma de doble filo para el oficialismo. En el sistema viejo, un candidato con una imagen positiva alta podía empujar hacia arriba a toda su lista. Ahora, cada categoría (senadores y diputados en este caso) se vota por separado. El votante puede optar por un espacio distinto en cada casillero, lo que fragmenta el voto y debilita a los partidos que dependen de una figura central.

En ese sentido el caso de Espert también le presentó a LLA 2 problemas: perder a su figura más conocida o que el narcoescándalo cause rechazo hacia su candidato más fuerte. Es decir que si reimprimen y queda Karen Reichardt, puede que no tenga el arrastre que buscaban y si no reimprimen, temen que la imagen negativa de Espert les juegue en contra.

Diputados cuestionan que La Libertad Avanza pague los costos de su propia “impericia” en la candidatura de Espert.
Diputados cuestionan que La Libertad Avanza pague los costos de su propia “impericia” en la candidatura de Espert. Imagen: Ámbito.

El Estado, ese enemigo necesario

El Correo Argentino es el encargado de transportar las boletas, biombos, planillas y padrones a cada rincón del país. Es más, en las elecciones nacionales, se necesitan más de 16.000 vehículos, además de mulas y lanchas para zonas rurales o aisladas. El problema es que el mismo Gobierno de Javier Milei causó despidos masivos en el Correo Argentino y el vaciamiento de su estructura.

A esto se suma la incertidumbre sobre la Casa de la Moneda, que Milei amenazó con cerrar o privatizar. Ahí es donde se imprimen los padrones electorales y los instructivos para autoridades de mesa. Los jueces federales ya habían advertido que esos trabajos requieren un nivel de seguridad equivalente al de la impresión de billetes. Es decir que el sistema de Boleta Única de Papel que LLA impulsó para “despolitizar” la elección terminó devolviéndole al Estado su poder decisivo sobre el proceso electoral.

Toda esta experiencia hace notar algo interesante. Que la BUP terminó siendo metáfora del propio gobierno. Una reforma nacida de la desconfianza, impuesta sin planificación y sostenida con un Estado que intenta desmantelar. El oficialismo que prometía eficiencia enfrenta ahora su propio laberinto burocrático. A veces, las trampas más efectivas son las que uno mismo diseña.

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