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El tiempo y el NEA como materias primas: Clarisa Navas y la década detrás de El Príncipe de Nanawa

“Creo que lo especial tiene que ver con el encuentro”, dice Clarisa Navas sobre el vínculo que construyó con Ángel, el protagonista de El Príncipe de Nanawa. La película, filmada a lo largo de una década en la frontera entre Argentina y Paraguay, no solo acompaña el crecimiento de un niño sino que también se convierte en espejo de toda una región.

“¡Paz!” exclama un nene frente a la cámara y luego se da vuelta para seguir su camino. Así comienza el trailer de la historia de ese mismo niño, atravesado por la cultura y la frontera que lo transformó. En manos de la Directora correntina Clarisa Navas, su vida se cuenta en un documento cinematográfico que captura una década. El Príncipe de Nanawa, coproducción entre Argentina, Paraguay, Colombia y Alemania, registra en 3 horas y media la vida de Ángel Omar Stegmayer Caballero desde sus 9 hasta sus 19 años en la frontera entre Clorinda (Formosa) y Nanawa (Paraguay).

El documental, que llevó 10 años de rodaje, se presenta como un diario cinematográfico en se puede ver el paso de la niñez a la adolescencia de Ángel, pero también los vaivenes de un territorio marcado por la frontera, el comercio informal, las crisis económicas y la resistencia del guaraní como lengua viva. En diálogo exclusivo con NEAHOY, Clarisa Navas reflexionó sobre el protagonista, Ángel, y todo lo que implicó filmar una historia de vida que se vuelve también espejo de la región.

Ángel, el protagonista de “El Príncipe de Nanawa” nos muestra su mundo.

El encuentro

La película le debe mucho al azar, porque Navas conoció a Ángel casi de casualidad, mientras filmaba otro documental para Canal Encuentro y quedó impactada por su modo de sentir y expresarse: “Creo que al inicio fue más que nada ese impacto de mucha sorpresa, haberlo escuchado, todo lo que tenía para decir, también la manera en la que sentía, como que era alguien muy especial”, recordó.

Ese primer impulso derivó en un vínculo de confianza y afecto que se sostuvo en el tiempo: “Después, cuando lo empecé a conocer más y a compartir un montón más con él, bueno, hay algo de lo especial que quizás para mí es sumamente especial, pero que también es muy parecido a lo que hace el amor, ¿no? Que singulariza mucho una experiencia, pero que también puede ser igual a muchas otras personas. Creo que lo especial tiene que ver con el encuentro. Eso es único, y es único el vínculo que fuimos construyendo. Eso es lo que me hizo permanecer”.

El tiempo como apuesta

Filmar siempre es caro, más aún cuando se extiende en el tiempo. Generalmente, en el ámbito de los documentales prima el “entrar y salir rápido”, porque los tiempos, las condiciones económicas y otras tantas cosas apremian. Es por esto que pasar una década filmando es una proeza logística, pero además, para Clarisa, fue una decisión ética.

“Fue una puesta a prueba de ciertas intuiciones que yo tenía. Sentía que muchas veces los procesos estaban muy apurados, o que en este ejercicio documental era ir y compartir solamente un rato, una tarde con las personas. Yo no quería eso. Sentía que para que algo diferente acontezca y para conocer realmente hacía falta tiempo. Creo que esta película tiene que ver mucho con eso: hace falta tiempo para poder conocer a las personas, a los lugares. También es una forma responsable y ética de vincularse con lo que uno se acerca”.

Ese estar, paciente y prolongado, que sobrevivió a cambios de gobierno, crisis institucionales y hasta la pandemia, fue lo que permitió capturar la transformación de Ángel y de su entorno con una cercanía excepcional.

La película documental “El Príncipe de Nanawa” se filmó a lo largo de 10 años.

Fronteras visibles e invisibles

El documental se desarrolla en una zona liminal: Clorinda y Nanawa, donde la frontera se vive más como condición cotidiana que como límite. Navas, que creció en Corrientes con una abuela en Misiones y familia del lado paraguayo, sintió las vivencias de la zona como algo personal: “Creo que esa relación entre Argentina, o el NEA, y Paraguay estuvo siempre presente en mi vida, muy presente, inclusive idiomáticamente”, explicó. Esa familiaridad hizo posible una sensibilidad particular a la hora de narrar lo que significa vivir en ese límite.

La directora explicó cómo los cambios políticos y económicos repercuten de inmediato en la zona: “Cada vez que hay un cambio político o un choque económico en Paraguay o en Argentina, el primer lugar donde repercute fuertemente es en esas fronteras. Impacta directo: que se corte el trabajo, que haya o no haya trabajo, que de pronto una vida armada al lado de Clorinda deje de convenir porque el peso se devalúa, o en la pandemia, cuando el puente que une ambos lugares se cerró y por una cosa arbitraria no se podía pasar más y la gente empezó a cruzar por lugares clandestinos. Es súper particular esa frontera terrestre”.

El guaraní como resistencia

Uno de los ejes que atraviesan la película con más fuerza es la presencia del guaraní. La lengua aparece en los diálogos cotidianos y en los recuerdos, pero también como espacio de disputa política y cultural. Este uso nos hace preguntarnos: ¿cómo dialoga para Clarisa esa lengua en el relato de Ángel y en la memoria de su comunidad, de nuestras comunidades, la comunidad de Ángel?

“La película arranca con esa pregunta”, explicó Navas. “En la serie que dio origen al proyecto había un capítulo sobre el idioma y el guaraní, sobre por qué se estigmatizaba o por qué se enseñaba cada vez menos. En el lado paraguayo, muchos chicos van a la escuela argentina y entonces el guaraní aparece como una señal de atraso, algo que hay que erradicar. En Corrientes, por ejemplo, se dice que es provincia bilingüe, pero no se enseña en los colegios. Es muy complejo el tema idiomático”.

En la película Ángel tiene todo un discurso armado sobre esa defensa del guaraní. Navas explicó cómo la lengua aparece en la vida cotidiana de su protagonista y su familia: “En muchos momentos de la película hay una incorporación natural. También se da esa mezcla entre idiomas que es propia de la frontera. Es una forma de apropiarse y defender una lengua”.

Cómo filmar el tiempo

Uno de los aspectos más delicados de El Príncipe de Nanawa fue acompañar el crecimiento de un niño durante 10 años. Navas reconoce la complejidad del desafío: “Desde el inicio nos hemos preguntado mucho cómo abordar esta situación, cómo plantearse hacer algo con alguien que tiene una diferencia de edad muy grande, pero que también tiene una capacidad de decisión. A veces se desestima esa capacidad de los niños desde un adultocentrismo. Con Ángel, desde el comienzo fue una invitación a hacer algo. No tenía un programa específico, podría no haber funcionado. En algún momento si él quería bajarse, estaba en todo su derecho”.

Para Navas, el proceso fue siempre compartido: “Le regalamos una camarita, él registraba lo que quería. Siempre fue un constante hablar sobre la película, sobre qué se muestra, qué no. También en el montaje. Lo concibo como una responsabilidad muy fuerte y compartida sobre esas imágenes”.

Clarisa Navas junto a Ángel Stegmayer y Eugenia Campos Guevara

La recepción de la película

En Europa, El Príncipe de Nanawa ganó el Gran Premio de la Crítica en Visions du Réel, pero Navas llegó con cautela y salió sorprendida: “Fue todo lo contrario a lo que esperábamos. Nos habían dicho que iba a ser frío, que las reacciones eran distantes, y fue una recepción muy hermosa, cálida, respetuosa y de mucho entusiasmo. Había interés por conocer más, por hablar con Ángel, que también viajó con nosotras. Fue muy hermoso”.

En Argentina, en cambio, las proyecciones tuvieron un carácter más íntimo: “Acá lógicamente hay una cercanía mayor. La gente termina la función y nos habla, le dice cosas a Ángel. Vienen siendo funciones muy cálidas y respetuosas. Y eso es fundamental en una película donde se exponen procesos vitales largos, momentos de intimidad. Cada vez que hay un acercamiento respetuoso lo valoramos mucho”.

Hacer cine en un país sin cine

El rodaje de El Príncipe de Nanawa atravesó una de las etapas más críticas del cine argentino, el cierre del INCAA bajo la gestión de Javier Milei. “La película se extendió muchísimo y perdimos el apoyo del INCAA ya a la mitad del proceso. Fueron años de pedir prórrogas, pero cuando cambió la gestión todo se dificultó. El instituto estaba prácticamente paralizado. El último tramo lo terminamos gracias a un fondo de apoyo en Colombia. Hubiera sido imposible de otro modo”, contó Navas.

Los costos de una película no terminan cuando se deja de filmar, pero la verdad es que la edición tarda y cuesta casi más que la película. La directora remarcó además lo costoso de los procesos de posproducción: “Sostener un esquema de producción durante tantos años fue muy complejo”.

Una película de la región

Más allá de los festivales internacionales, el gran desafío pendiente para El Príncipe de Nanawa es el estreno en la región donde fue filmada. Navas adelantó que trabajan en proyecciones en Corrientes, Clorinda, Nanawa y Misiones: “Es muy complejo conseguir espacios de exhibición. No tenemos salas comerciales interesadas en este tipo de cine. Pero queremos que la película se vea en la región y en Paraguay. La relación con el idioma ahí va a ser distinta: no hará falta leer subtítulos. Eso nos interesa mucho”.

El Príncipe de Nanawa cuenta la historia particular de un niño y su entorno pero también devuelve una imagen profunda de lo que significa crecer en la frontera. Se trata de los vínculos, la lengua, las vivencias y la imaginación de Ángel. Es mucho más que su vida, es su mundo.

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