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Banco de horas: la trampa del «acuerdo voluntario» en la reforma laboral

El gobierno presenta el banco de horas como una flexibilidad que beneficia al trabajador, pero la realidad muestra un mecanismo que profundiza la desigualdad entre empleadores y empleados en un contexto de crisis económica y desempleo creciente.
Fuente: Izquierda diario

La reforma laboral impulsada por el gobierno nacional incluye una figura que genera alarma en el mundo sindical y académico: el banco de horas. Presentado como un sistema «moderno y voluntario» que permitiría a los trabajadores organizar mejor su tiempo, el mecanismo esconde una realidad mucho más compleja y preocupante.

El proyecto modifica la Ley de Contrato de Trabajo para habilitar que empleador y empleado acuerden «voluntariamente» compensar horas trabajadas de más con descansos posteriores, sin el pago del 50% o 100% adicional que actualmente establece la ley para las horas extras. En teoría, un trabajador podría hacer jornadas más largas algunos días y tomarse libre otro. En la práctica, la asimetría de poder entre las partes convierte ese supuesto acuerdo en una imposición disfrazada.

Patricia Bullrich defendió el sistema con un ejemplo que suena atractivo: «El banco de horas es ‘yo quiero trabajar de lunes a jueves, no quiero trabajar el viernes. Bueno, los lunes trabajo 12 horas, el martes trabajo 12 horas, tengo 4 y 4 de más y me los tomo el viernes‘». Pero esta versión idílica ignora completamente la realidad laboral argentina.

¿Qué pasa cuando el empleador te pide trabajar diez horas el martes, pero te compensa con apenas dos horas libres el miércoles y dos el jueves? Para quienes viven lejos de su trabajo, esas horas sueltas en medio de la jornada se vuelven inútiles: no alcanzan para volver a casa, apenas sirven para un descanso fragmentado que no permite recuperarse ni atender responsabilidades personales o familiares.

La «voluntariedad» del acuerdo es, en el mejor de los casos, una ficción legal. En un país con más del 19% de desempleo entre mujeres jóvenes y una economía en recesión, la posibilidad real de rechazar lo que propone la empresa es prácticamente nula. El temor a perder el empleo o a no ser contratado opera como un disciplinador silencioso pero efectivo.

Matías Cremonte, presidente de la Asociación de Abogados Laboralistas de América Latina, lo explicó con claridad en medios nacionales: «No hay posibilidad de acuerdo individual en una relación tan desigual«. Y agregó que las horas extra directamente «van a desaparecer porque funciona como un banco donde hay débito de horas para cumplir una totalidad«.

Actualmente, las convenciones colectivas —negociadas entre sindicatos y cámaras empresariales— son las únicas autorizadas para establecer regímenes de horas extras y bancos de horas. El nuevo proyecto traslada esa potestad al ámbito individual, donde el trabajador queda solo frente a su empleador, sin el respaldo de la negociación colectiva.

Los sistemas de control horario, que según el proyecto deben ser «fehacientes», suelen estar bajo gestión exclusiva de las empresas. Sin auditoría independiente ni mecanismos de verificación, el trabajador queda indefenso ante posibles manipulaciones del registro. Además, el banco de horas transforma la jornada laboral en una variable de ajuste según las necesidades productivas. Un día pueden ser doce horas, otro cuatro, y al siguiente diez. Esta imprevisibilidad hace imposible organizar la vida cotidiana: cuidar hijos, estudiar, atender obligaciones familiares o simplemente descansar de manera regular.

La reforma tampoco elimina formalmente el pago de horas extras, pero abre una puerta para que, mediante ese «acuerdo voluntario«, se reemplace dinero por tiempo libre. Para muchos trabajadores que necesitan maximizar sus ingresos, esto representa una pérdida económica especialmente grave en un periodo en el que la mayoría de los sueldos no supera la Canasta Básica.

Las consecuencias van más allá de lo laboral. Las jornadas irregulares y extendidas generan estrés, fatiga acumulada y problemas de salud física y mental. La imposibilidad de tener rutinas predecibles afecta los vínculos familiares y sociales. Y en trabajos que implican maquinaria, conducción o sustancias peligrosas, el cansancio extremo incrementa el riesgo de accidentes.

Tampoco es cierto que el banco de horas incentive la contratación de nuevo personal. Históricamente, el pago de horas extras con recargo funciona como disuasivo: le sale más caro a la empresa exigir sobretiempo que incorporar trabajadores. Si ese costo desaparece, también desaparece el incentivo para contratar.

La diputada Myriam Bregman lo sintetizó: «Significa que un día te pueden llamar cuatro horas, otro diez y otro doce. Para los trabajadores se hace imposible organizar la vida, estar con la familia, estudiar o descansar«. El banco de horas ya se implementó en reparticiones estatales argentinas mediante días «compensatorios», cambiando el pago monetario por descanso adicional. Y es común que decretos unilaterales restrinjan o suspendan temporalmente el derecho a cobrarlos. La experiencia internacional muestra que en algunos países se genera incluso un «saldo a favor» de la empresa: si la actividad baja y te mandan a casa antes, acumulás una deuda de horas que debés trabajar después sin pago extra.

Lo que el gobierno presenta como modernización es, en realidad, un retroceso a lógicas de flexibilización laboral que ya demostraron sus efectos nocivos. Bajo el discurso de la libertad individual, se avanza sobre derechos conquistados tras décadas de lucha, trasladando el riesgo empresarial al trabajador y subordinando el tiempo humano a la rentabilidad patronal. El banco de horas no es un beneficio: es una herramienta para reducir costos laborales a expensas de la salud, la estabilidad y la dignidad de quienes viven de su trabajo.

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