Después de 7 años y meses, Argentina volvió a votar libremente el 30 de octubre de 1983. Ese domingo, millones de personas llenaron las urnas con una emoción que aún hoy resulta difícil de describir. “Agradezco el esfuerzo, porque ha sido la participación de la ciudadanía argentina en su conjunto lo que ha garantizado que este proceso de democratización de los argentinos culminara con éxito”, dijo Raúl Alfonsín, el flamante Presidente electo.
42 años después, la efeméride se cruza con la paradoja de que en las elecciones legislativas del último domingo, la participación cayó al 67,85%, la cifra más baja desde el retorno de la democracia. Más de 11.500.000 de argentinos decidieron no ir a votar. Un tercio del electorado eligió ausentarse.
De la fiesta al desencanto
“Este día debe ser reconocido por los argentinos, como el día de todos. Acá hemos ido a una elección, hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie, porque todos hemos recuperado nuestros derechos”, decía Alfonsín aquella noche. Así comenzaba el largo camino que, con sus cosas, consolidó el sistema democrático argentino.
Pero en 2025, ese sistema enfrenta el gravísimo problema de la desafección política. El voto que fue un símbolo de libertad en 1983 hoy parece ser un hastío lleno de desilusión. Y esta es una tendencia descendente que ya se venía advirtiendo en los últimos procesos provinciales. De las 10 jurisdicciones que desdoblaron elecciones entre abril y septiembre, 6 no alcanzaron el 60% de asistencia. En Chaco y la Ciudad de Buenos Aires, apenas votó la mitad del padrón.
Hay que tener en cuenta que en los primeros años de la democracia, la participación superaba el 85%. En los ’90 bajó al 82%, pero se mantuvo estable hasta mediados de la década pasada. Desde 2015, salvo en las presidenciales de 2019, nunca volvió a superar el 80%. La caída de este 2025, además, ocurre junto al debut nacional de la Boleta Única de Papel (BUP), un sistema que se presentaba como garantía de transparencia pero no logró dar vuelta la apatía.
1983: cuando votar era una fiesta
En aquel 1983 la ciudadanía llegaba a las urnas con una mezcla de emoción y alivio. “Nadie quería dejar de votar”, recordó el historiador Felipe Pigna. El país salía de una dictadura que había dejado 30.000 desaparecidos y una sociedad marcada por el miedo, justamente por eso, cada sobre depositado en la urna era un acto de resistencia y de memoria. Poder votar libremente representaba el fin del terror.
El Gobierno de Alfonsín, pese a las dificultades económicas que atravesó, impulsó las decisiones históricas de crear la CONADEP,( La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) a 5 días después de asumir la presidencia, con el objetivo de aclarar e investigar la desaparición forzada de personas producidas durante la dictadura militar en Argentina.
Eso dio origen al Informe «Nunca Más», también conocido como «Informe Sábato», publicado en 1984 y eventualmente al Juicio a las Juntas Militares. Estas decisiones fueron las que sentaron las bases de una democracia con memoria, verdad y justicia. La cultura también fue protagonista de aquel renacer. Mercedes Sosa volvió del exilio y compartió escenarios con León Gieco, Víctor Heredia y Fito Páez. El teatro independiente floreció en espacios como el Café Einstein o el Parakultural. Incluso el cine argentino brilló en el mundo con La historia oficial, ganadora del Oscar en 1985. La democracia palpitaba nuevamente.
2025: la democracia sin épica
Hoy en día si bien la democracia sigue en pie, su gloria parece haberse opacado. El voto obligatorio ya no se vive como conquista. El dato de la participación total de 67,85% en este 2025 puede leerse como una señal de alarma. En términos absolutos, 11.570.024 personas decidieron no votar. Si el ausentismo fuera un partido, sería el más votado del país. Osea que la misma democracia que en 1983 se construyó sobre la participación masiva hoy enfrenta el riesgo de vaciarse por desinterés.
Quizás por eso, cada 30 de octubre debería funcionar no sólo como efeméride sino como espejo. Recordar 1983 no es un ejercicio nostálgico, es entender lo difícil que fue llegar a los derechos sufragistas que tenemos. La democracia argentina, la misma que Alfonsín definió como “el día de todos”, no se sostiene sola, se alimenta de gestos cotidianos, de la participación, de la memoria activa. Se debilita cuando el voto se convierte en indiferencia, cuando el compromiso ciudadano se sustituye por el hartazgo.
Una deuda con el futuro
“Ya no habría ni habrá más interruptores”, escribió Ricardo Alfonsín hijo al recordar las palabras de su padre. Y aunque la frase se mantiene cierta porque ninguna dictadura volvió a interrumpir el orden constitucional, el desafío ahora pasa por evitar que se rompa el vínculo entre ciudadanía y política.
Porque sin participación, memoria y compromiso, la democracia puede seguir existiendo formalmente, pero se vacía de contenido y en un país que aprendió a la fuerza el dolor que significa perderla, dejar de cuidarla sería, acaso, el mayor retroceso.
ADEMÁS EN NEA HOY:











